SILFOS®

Que los accidentes ocurren es algo que todos sabemos. Incluso en los mundos fantásticos también surgen inconvenientes que alteran la normal relación entre las especies, por muy lejanos y ajenos que nos parezcan. Esto es precísamente lo que ocurrió en el bosque de los Disdorantes, el lugar donde viven los cupidos cuando no están lanzando sus flechas amorosas. Vaya, no lo sabían. Bueno, pues como se suele decir: «No te acostarás sin saber una cosa más».

Hace mucho, mucho tiempo, ocurrió que a un fatigado cupido se le escapó una flecha. Es lo que pasa tras una jornada agotadora, después de haber estado trabajando intensamente durante el catorce de febrero. Así que, como ya se pueden imaginar, el cansancio facilita los descuidos y los accidentes. Esto es lo que propició que perdiese una de sus flechas, tras haber limpiado el arco sobre la robusta rama de un enorme castaño. Fue tensar el arco para comprobar su estado y, antes de apuntar su mágico dardo contra algo inerte y sin vida, este salió despedido sin un objetivo prefijado.

En aquel instante acertó a pasar por encima de las rocas una dacla ¿Y qué son estos seres? Pues permítame explicarlo. Las daclas son pequeñas y simpáticas duendes del magma que acuden a los poblados de los Disdorantes, para ofrecerles su fuego y calor interno. Es fácil reconocerlas, ya que una diminuta llama suele aparecer por encima de sus cabezas cuando algo las estimula, y eso pasó.

Aquella dacla solitaria recibió la flecha justo cuando se encontraba ante un silfo, un precioso arbusto que da una sola flor al año, preciosa, siempre el mismo día, un quince de febrero. Ya se pueden imaginar: cupido, accidente, flecha, dacla y silfo monoflorido…, la mezcla perfecta.

Nada más recibir el dardo, aquella dacla quedó irremediablemente enamorada del silfo que parecía ofrecerle su extraordinaria flor. Lo abrazó sin pensarlo y, claro, en este caso fue uno de esos amores que matan, o más bien queman.

—¡Uy! —se dijo al comprobar las consecuencias de su acción.

Pero descuiden, no todo está perdido. Los silfos, como algunos amores, son incombustibles, capaces de revivir si el entorno es el adecuado.

Así que, cada quince de febrero, la dacla acudirá en busca de su flor y no podrá evitar darle su ardiente abrazo.

Ya saben, cuiden de sus silfos.

FIN

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