EL BESO DE HADES®

Aquella mañana, la inspectora Isabel Ruiz observaba con detenimiento la documentación de la víctima, una joven universitaria cuyo cuerpo permanecía boca arriba en el suelo del vagón del metro. Sabía que estaba ante la situación más difícil de toda su vida. Debía enfrentarse al drama de informar al padre de su pérdida, y no se veía preparada para algo así. Le conocía, lo que hacía más trágico el encuentro que se iba a producir.

En el andén de la estación, su veterano compañero, Eduardo Marcial, estaba ocupado supervisando la salida de los pasajeros del convoy, donde los policías uniformados los identificaban antes de abandonar los coches, para formar parte de la lista de testigos y sospechosos.

Según el pasaje, el novio de la joven había tratado de revivirla mediante las técnicas de reanimación, aplicándole el “boca a boca” para insuflarle aire en los pulmones. También se esforzó en realizarle el masaje cardíaco. Inexplicablemente, el joven también murió y su cadáver yacía recostado en los asientos en los que se dejó caer cuando se encontró mal. Afortunadamente, nadie más intervino hasta la llegada del convoy a la estación, donde la policía atendió su llegada, alertados por el conductor y los sistemas de vigilancia del metro.

La inspectora, sin dejar de mirar los cuerpos, recordó el escenario con el que se encontró la tarde anterior, el mismo que compartió con su compañero Eduardo Marcial. Aquel incidente ocurrió en un club elegante, donde hallaron muertos a un tipo de la mafia y a su amante. Las dos víctimas, cobijadas en el reservado habitual, tampoco mostraron signos de violencia. Era un misterio que aún estaba pendiente del resultado de la autopsia, pero todo apuntaba a un envenenamiento, motivo por el que confiscaron la bebida y los vasos empleados.

Isabel recordó que, en aquel momento, Eduardo le ofreció un lápiz de labios marca Yves Saint Laurent, que había recogido del suelo enmoquetado del reservado. Supuso que era suyo y pensó que se le había caído. Ella negó su propiedad, ya que no era de las mujeres que se gastaba el dinero en algo tan exclusivo. Eduardo no sabía nada de ese tipo de productos, pero debió guardárselo en el bolsillo para ocultar su metedura de pata. No le dio más importancia al asunto.

En el vagón, Isabel sintió en su cabeza esa agudeza mental que solía proporcionarle aventuradas suposiciones. Hurgó en el bolso de la joven con las manos preservadas con guantes de látex, encontrando el llamativo pintalabios de Yves Saint Laurent. Lo reconoció enseguida. Lo recogió y sospechó que, de alguna forma, en casa del inspector, su hija, Ana Marcial, debía haber alcanzado el objeto empleado para perpetrar el crimen en el club. Aquel descubrimiento suponía haber desentrañado el misterio, pero establecía una línea cruel que segaría la existencia profesional y personal de su compañero, y eso le dejaba a Isabel un amargo sabor de insatisfacción.

Eduardo no tardaría en aparecer por el pasillo del vagón y, por mucho que pensara en cómo decírselo, no tenía opción posible para hacerle encajar su torpeza sin sumirlo en la más terrible desgracia.

Fin

Queda prohibida la reproducción parcial o total de los relatos sin citar al autor. Gracias