CASIMIRO®

JUAN SOLER

DIBUJANTE: JUAN SOLER 2019-02

A finales del XIX ocurrió un hecho curioso entre unos recién casados. Ella, Esperanza Cuesta, era una joven no muy agraciada y con carácter a la que su padrastro casó con un libertino veinte años mayor que ella, al que entregó como dote un pequeño cofre que contenía monedas de plata y oro.

Ella conoció el egoísmo de su marido, Casimiro, nada más llegar al apartado caserón en el que este vivía, ya que solo se ocupó del cofre, mientras que ella quedó a cargo de trasladar sus pertenencias.

Casimiro, deseoso de continuar con su vida disoluta, la dejó sola la primera noche para disfrutar del botín. Esperanza, en aquella vivienda mal mantenida, con una ermita ruinosa que tenía adosada un panteón familiar y un terreno recién arado para el cultivo de cereales, decidió abandonar esa misma noche su nuevo hogar, rehusando cohabitar con un hombre que con tanta evidencia la había despreciado; pero le dejó una nota que decía: «La dote está enterrada en tu propiedad».

Al amanecer, Casimiro descubrió el campo repleto de pisadas de su esposa ausente, que debía haber empleado solo las manos para enterrar el cofre, ya que no había tocado herramienta alguna.

Acudió furioso al hostal en el que ella se había instalado tras vender algunos objetos personales, pero no consiguió convencerla. Esta, con insolencia, le indicó que ella no le había hurtado objeto de valor alguno, ya que el cofre estaba en su propiedad, animándole con toda la chulería de la que era capaz a que se afanara en encontrarlo, ya que iba a ser el único esfuerzo que iba a realizar en toda su vida.

Casimiro regresó a su propiedad y, acompañado de su mula, estuvo toda la semana pasando el arado en busca del cofre, hasta remover todo el terreno. Entonces, pensó que ella nunca le aseguró que estuviese enterrado en él, pudiendo encontrarse en cualquier otro espacio, y ése fue el motivo por el que se fijó en el caserón, grande, ruinoso. Con ira, propinó un soberano correazo a la mula, que de una coz le hundió el rostro, matándole.

Durante el entierro, ante el asombro de los presentes, Esperanza pidió que aguardasen un momento antes de que introdujesen la caja en el nicho del panteón. Entonces, extrajo el cofre escondido en él.

Fin

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